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Virgen de Guadalupe
- Autor: Miguel Cabrera
- Medidas: 126.5 x 192.5 cm.
- Época: Siglo XVIII
- Técnica: Óleo sobre lienzo
- Propiedad: Iglesia de San Juan Bautista de Murcia
Estudio histórico artístico
Javier Fuentes y Ponte describe la cuarta capilla de la iglesia de San Juan Bautista de Murcia, como un espacio provisto de una serie de elementos decorativos entre los que descuella la cruz de la orden de San Juan de Jerusalén, así como las tallas enlienzadas de dos ángeles adorando a la titular de la capilla, la Virgen de Guadalupe:
“… es un hueco adintelado, guarnecido por una jamba y defendido por una vidriera, en su fondo se venera un cuadro en lienzo de 1m.58 de altura, por 1m 06 de ancho, representando a Nuestra Señora de Guadalupe, del mismo modo que todos los de dicha advocación, pero con la particularidad que en ésta el colorido de las carnes no es negro sino natural y sonrosado: en los cuatro ángulos de la pintura destacando de las nubes, hay respectivamente un medallón rodeado de un cartonaje figurando marco del estilo de Luis XV, cuyos medallones que representan cuatro sucesos principales de la aparición y milagros, están sostenidos por querubines; en el fondo, parte inferior, hay una inscripción con caracteres cursivos en que se lee: “Miguel Cabrera pinxit” y en un cartonaje pintado que une los dos medallones inferiores hay otra: ”Se tocó a su sagrado original el día 8 de marzo de 1768”.
También el erudito J. Crisanto López Jiménez reseñó este lienzo en su artículo Pinturas mexicanas en Murcia (AEA, 1958,T. XXXI, p. 149), sin olvidar el catálogo de Mª C. García Saiz La pintura colonial en el Museo de América (I): la Escuela Mexicana Ministerio de Cultura, 1980, p. 30 y ss.
La obra fue realizada por Miguel Cabrera el mismo año de su muerte (h.1710-1768) respondiendo al estereotipo marcado por esta interesante iconografía mariana, iconografía que formalmente deriva de la imagen apocalíptica, con algunos elementos y trasuntos de tradición plástica vernácula. En la obra que nos ocupa, descuellan las pinturas dispuestas en los cuatro ángulos y que representan escenitas vinculadas a la aparición de la Virgen al indio Juan Diego y milagros varios, así como las cabezas de angelotes que enmarcan estas escenas. En ellas y pese al carácter eminentemente decorativo, el autor ha sabido plasmar un gusto exquisito por la composición y el color, donde el tratamiento de rostros, veladuras, la disposición compositiva en general imprime un resultado preciosista; resultan imágenes muy amaneradas pero llenas de ternura y muy acordes con otras pinturas de Cabrera, también de temática religiosa, de gusto exquisito cercano al Rococó.
El origen de esta exótica pieza habría que buscarlo en las donaciones de carácter devocional de personajes ilustre a capillas, oratorios, parroquias o catedrales que a lo largo de los siglos XVII y XVIII se sucedieron; estas piezas de excelente calidad en muchos casos, procedían del Virreinato de Nueva España. La imagen de la Virgen de Guadalupe, cuyo rigen remoto y etimológico hay que buscarlo en el monasterio extremeño, constituye uno de los acicates piadosos de más arraigo en nuestra península procedente de nueva España. Si bien su tipología responde a la imagen trentina de la Tota Pulcra de raigambre apocalíptica esta nueva imagen incorpora ligeras novedades relacionadas con la aparición a Juan Diego, el mensaje al obispo Zumárraga y el milagro del ayate fundamentalmente. Muy pronto se difundieron textos, leyendas e imágenes en aras de la legitimación de una advocación mariana particularísima; así, Becerra Tanco apuntó la distintiva característica de la tez morena de María como un elemento más para corroborar el sentimiento religioso nacional, en este caso del pueblo mexicano (Barea, 186).
Literatos y teólogos, tales como Miguel Sánchez, Luis Lasso de la Vega, Francisco de Florencia o Cabrera y Quintero reconocieron la verdadera imagen de la Virgen María en esta advocación indígena y la trascendencia de sus milagros como una verificación de la conciencia nacional. Pero, sin lugar a dudas, uno de los aspectos más interesantes constituye la publicación en 1756 de “Maravilla americana y conjunto de raras maravillas observadas con la dirección de las reglas del arte de la pintura en la prodigiosa imagen de Nuestra Señora de Guadalupe de México” del pintor Miguel Cabrea que en este pequeño ensayo aduce la naturaleza divina de la imagen reproducida en el ayate.
Los primeros repertorios iconográficos surgen entorno a 1620 a través de los grabadores Miguel Sánchez, Samuel Estradanus y Antonio de Castro siendo una de las pinturas más antiguas la realizada por el español Baltasar de Echave Orio.
La obra que nos ocupa ha sido considerada como uno de los ejemplares más hermosos de Cabrera en España presenta a la Virgen de Guadalupe entre las cuatro escenas milagrosas cuya impronta narrativo/contemplativa es evidente; cartelas decorativas que recuerdan a rocallas junto con un fresquísimo repertorio de ángeles tenantes aportan a la composición general una exquisita factura.
Hasta 1760, según González Moreno, son frecuentes las formas poligonales en las cartelas o medallones. De igual forma, remarca que un gran porcentaje de las imágenes del siglo XVIII de la Virgen de Guadalupe conservadas en España incorporan las cartelas o medallones.
“… es un hueco adintelado, guarnecido por una jamba y defendido por una vidriera, en su fondo se venera un cuadro en lienzo de 1m.58 de altura, por 1m 06 de ancho, representando a Nuestra Señora de Guadalupe, del mismo modo que todos los de dicha advocación, pero con la particularidad que en ésta el colorido de las carnes no es negro sino natural y sonrosado: en los cuatro ángulos de la pintura destacando de las nubes, hay respectivamente un medallón rodeado de un cartonaje figurando marco del estilo de Luis XV, cuyos medallones que representan cuatro sucesos principales de la aparición y milagros, están sostenidos por querubines; en el fondo, parte inferior, hay una inscripción con caracteres cursivos en que se lee: “Miguel Cabrera pinxit” y en un cartonaje pintado que une los dos medallones inferiores hay otra: ”Se tocó a su sagrado original el día 8 de marzo de 1768”.
También el erudito J. Crisanto López Jiménez reseñó este lienzo en su artículo Pinturas mexicanas en Murcia (AEA, 1958,T. XXXI, p. 149), sin olvidar el catálogo de Mª C. García Saiz La pintura colonial en el Museo de América (I): la Escuela Mexicana Ministerio de Cultura, 1980, p. 30 y ss.
La obra fue realizada por Miguel Cabrera el mismo año de su muerte (h.1710-1768) respondiendo al estereotipo marcado por esta interesante iconografía mariana, iconografía que formalmente deriva de la imagen apocalíptica, con algunos elementos y trasuntos de tradición plástica vernácula. En la obra que nos ocupa, descuellan las pinturas dispuestas en los cuatro ángulos y que representan escenitas vinculadas a la aparición de la Virgen al indio Juan Diego y milagros varios, así como las cabezas de angelotes que enmarcan estas escenas. En ellas y pese al carácter eminentemente decorativo, el autor ha sabido plasmar un gusto exquisito por la composición y el color, donde el tratamiento de rostros, veladuras, la disposición compositiva en general imprime un resultado preciosista; resultan imágenes muy amaneradas pero llenas de ternura y muy acordes con otras pinturas de Cabrera, también de temática religiosa, de gusto exquisito cercano al Rococó.
El origen de esta exótica pieza habría que buscarlo en las donaciones de carácter devocional de personajes ilustre a capillas, oratorios, parroquias o catedrales que a lo largo de los siglos XVII y XVIII se sucedieron; estas piezas de excelente calidad en muchos casos, procedían del Virreinato de Nueva España. La imagen de la Virgen de Guadalupe, cuyo rigen remoto y etimológico hay que buscarlo en el monasterio extremeño, constituye uno de los acicates piadosos de más arraigo en nuestra península procedente de nueva España. Si bien su tipología responde a la imagen trentina de la Tota Pulcra de raigambre apocalíptica esta nueva imagen incorpora ligeras novedades relacionadas con la aparición a Juan Diego, el mensaje al obispo Zumárraga y el milagro del ayate fundamentalmente. Muy pronto se difundieron textos, leyendas e imágenes en aras de la legitimación de una advocación mariana particularísima; así, Becerra Tanco apuntó la distintiva característica de la tez morena de María como un elemento más para corroborar el sentimiento religioso nacional, en este caso del pueblo mexicano (Barea, 186).
Literatos y teólogos, tales como Miguel Sánchez, Luis Lasso de la Vega, Francisco de Florencia o Cabrera y Quintero reconocieron la verdadera imagen de la Virgen María en esta advocación indígena y la trascendencia de sus milagros como una verificación de la conciencia nacional. Pero, sin lugar a dudas, uno de los aspectos más interesantes constituye la publicación en 1756 de “Maravilla americana y conjunto de raras maravillas observadas con la dirección de las reglas del arte de la pintura en la prodigiosa imagen de Nuestra Señora de Guadalupe de México” del pintor Miguel Cabrea que en este pequeño ensayo aduce la naturaleza divina de la imagen reproducida en el ayate.
Los primeros repertorios iconográficos surgen entorno a 1620 a través de los grabadores Miguel Sánchez, Samuel Estradanus y Antonio de Castro siendo una de las pinturas más antiguas la realizada por el español Baltasar de Echave Orio.
La obra que nos ocupa ha sido considerada como uno de los ejemplares más hermosos de Cabrera en España presenta a la Virgen de Guadalupe entre las cuatro escenas milagrosas cuya impronta narrativo/contemplativa es evidente; cartelas decorativas que recuerdan a rocallas junto con un fresquísimo repertorio de ángeles tenantes aportan a la composición general una exquisita factura.
Hasta 1760, según González Moreno, son frecuentes las formas poligonales en las cartelas o medallones. De igual forma, remarca que un gran porcentaje de las imágenes del siglo XVIII de la Virgen de Guadalupe conservadas en España incorporan las cartelas o medallones.
Estado de conservación
Se trata de un óleo sobre lienzo, la tela utilizada es de trama muy fina. La obra estaba muy destensada y con fuertes arrugas en los ángulos superiores e inferiores.
Presentaba además un barniz oxidado aglutinado con suciedad ambiental y humo.
Tenía pequeñas pérdidas de color repartidas por diversos puntos de la obra.
Presentaba además un barniz oxidado aglutinado con suciedad ambiental y humo.
Tenía pequeñas pérdidas de color repartidas por diversos puntos de la obra.
Proceso de intervención
1. Desclavado del marco:
El lienzo fue separado del marco, eliminando los clavos que lo atravesaban.
2. Limpieza mecánica:
Se realizó la limpieza mecánica tanto del reverso como del anverso de la obra mediante aspirador y brocha.
3. Pruebas de limpieza:
Se realizó el text de Wolbergs-Cromanessi para la eliminación del barniz oxidado.
4. Limpieza química:
Limpieza química con aplicación mediante pincel de cerdas blandas de la disolución adecuada. Eliminación con hisopo seco y posterior neutralización con alcohol etílico.
5. Desclavado del bastidor:
Se eliminaron las puntas de forja que unían los bordes del lienzo al bastidor.
6. Sentado de color:
Adhesión de papel japonés con cola orgánica aplicación de calor con plancha.
7. Preparación del reverso:
Rebajado de nudos mediante bisturí y lija, restos de preparación filtrados entre la trama y urdimbre de la tela, suciedad superficial, restos de colas y zona de costuras en los bordes que van a recibir las bandas.
8. Reentelado
Forración en mesa caliente con Beva 371.
9. Tensado en nuevo bastidor:
Montaje en el nuevo bastidor
10. Estucado / Desestucado:
El estucado de las faltas de película pictórica y preparación se realizó con cola de conejo y sulfato de calcio. Realizándose un desestucado a nivel.
11. Barnizado intermedio:
Se aplicó una mano de barniz retoques.
12. Reintegración cromática:
La reintegración de las faltas de película pictórica se realizaron con pigmentos y barniz, de manera diferenciada, con rigattino.
13. Barnizado:
Una vez que todas las faltas estaban reintegradas se le aplicó varias manos de barniz puro, pulverizado sobre la superficie.
El lienzo fue separado del marco, eliminando los clavos que lo atravesaban.
2. Limpieza mecánica:
Se realizó la limpieza mecánica tanto del reverso como del anverso de la obra mediante aspirador y brocha.
3. Pruebas de limpieza:
Se realizó el text de Wolbergs-Cromanessi para la eliminación del barniz oxidado.
4. Limpieza química:
Limpieza química con aplicación mediante pincel de cerdas blandas de la disolución adecuada. Eliminación con hisopo seco y posterior neutralización con alcohol etílico.
5. Desclavado del bastidor:
Se eliminaron las puntas de forja que unían los bordes del lienzo al bastidor.
6. Sentado de color:
Adhesión de papel japonés con cola orgánica aplicación de calor con plancha.
7. Preparación del reverso:
Rebajado de nudos mediante bisturí y lija, restos de preparación filtrados entre la trama y urdimbre de la tela, suciedad superficial, restos de colas y zona de costuras en los bordes que van a recibir las bandas.
8. Reentelado
Forración en mesa caliente con Beva 371.
9. Tensado en nuevo bastidor:
Montaje en el nuevo bastidor
10. Estucado / Desestucado:
El estucado de las faltas de película pictórica y preparación se realizó con cola de conejo y sulfato de calcio. Realizándose un desestucado a nivel.
11. Barnizado intermedio:
Se aplicó una mano de barniz retoques.
12. Reintegración cromática:
La reintegración de las faltas de película pictórica se realizaron con pigmentos y barniz, de manera diferenciada, con rigattino.
13. Barnizado:
Una vez que todas las faltas estaban reintegradas se le aplicó varias manos de barniz puro, pulverizado sobre la superficie.